Te levantas temprano para echar un vistazo desde la terraza al área de la alberca.
Deslizas la puerta corrediza y aspiras la cálida brisa tropical mientras te deleitas con el panorama de tonos verdiazules a la vez que tu vista recorre la hierba y palmeras esperando toparse con uno de los enormes cangrejos a los que tu hija llama “de color carne” o con alguna iguana de colores verdes o terrosos.
Una vez satisfecha la curiosidad enfocas tu atención en extraer los ingredientes del pequeño refrigerador para preparar el desayuno. Mientras cocinas, el aroma y los sonidos se esparcen por la habitación provocando que los chicos se despierten, felices de estar un nuevo día en el paraíso.
Sirves el desayuno en la terraza, los huevos fritos acompañados con jugo de naranja, café y una hogaza de pan fresco.
Tras disfrutar del desayuno, tu familia te ayudará a preparar lo necesario para la aventura del día: una hielera, el agua y bebidas rehidratantes del congelador, trajes de baño, protector solar, snórkel, aletas y goggles, cámara, sandalias, toallas y un frisbee.
En auto, el breve trayecto a la población se hace aún más corto gracias a la exuberante vegetación y el aroma floral que flota en el aire.
Después de cruzar el centro del pueblo tomas el malecón con dirección noroeste y continúas por la avenida principal.
Como es temporada de lluvias, al llegar a un tramo en donde el camino se vuelve arenoso, se forman grandes charcos en los que el agua turbia oculta un par de piedras de considerable tamaño.
No estás convencido de seguir avanzando ya que el auto que rentaste no es muy alto, pero te da un poco de confianza ver que además de algunos vehículos todo terreno, también se han aventurado un par de autos convencionales.
Para salir de dudas decides detener la marcha mientras la motoneta que viene en sentido contrario se acerca. Miras cómo el chofer batalla manteniendo precariamente el equilibrio entre el accidentado terreno mientras él y su pareja pasan por puntos en donde, por la profundidad de los baches, no pueden evitar salpicarse y en ocasiones hasta zambullir los pies en el agua. Les preguntas al pasarte si sería conveniente seguir, a lo que alegremente responden que sí porque sólo es un corto tramo y que ya han pasado autos aún más bajos.
Te convences y sigues adelante, poniendo atención al sonido del agua y las hierbas al rozar bajo el coche, temiendo golpear contra una piedra, pero tras un par de sustos en que piensas que estás a punto de atascarte, finalmente avistas el resto del camino, en donde al no estar cubierto por palmeras y vegetación, no hay tantos agujeros ni agua acumulada, por lo que continúas hasta llegar a un punto en donde están estacionados varios autos.
En el muelle espera una lancha para cruzar en un trayecto de 10 minutos hasta Isla Pasión.
Pasas el tiempo en conversación con el único miembro de la tripulación: el ameno capitán Tomates, quien de muy buena gana responde a las preguntas de pasajeros nacionales y extranjeros y comenta acerca del pequeño Pancho, único acompañante de una de las pasajeras que es idéntico al fiel compañero de La Máscara. Tomates aprovecha para comentar que su esposa prepara un excelente ceviche de caracol y les recomienda a todos probarlo a su regreso.
Del otro lado, a falta de muelle, es necesario pisar el agua pero está tibia y hay solo un par de pasos hasta la superficie seca.
Ya sobre tierra firme, caminas con la familia hacia donde les indicó el capitán y así, sin previo aviso, se revela un paraíso consistente en pequeñas dunas de clara y fina arena, salpicadas aquí y allá con las esponjas marinas y fragmentos de coral que el mar depositó durante la noche, que bordean un vasto cuerpo de agua de color turquesa que se mantiene casi inmóvil. Una brisa suave sopla desde el océano y allá muy lejos, se ven pasar un par de transbordadores sobre una línea dominante de tonos más oscuros.
Como no trajiste una sombrilla, entierras las bebidas en la arena y sin perder más tiempo vas directo hacia el mar, donde la suave arena del fondo te lleva gradual y muy lentamente a introducirte en las tibias aguas.
Haces un poco de snórkel acompañado de tu hijo pero la visibilidad no es muy buena, así que se ponen a bordear a nado la costa, por donde algunas personas caminan rumbo al norte. Allá a lo lejos se distingue una amplia playa enmarcada por palmeras y un pequeño bosque de coníferas. Vuelves para comunicarlo al resto de la familia y proponerles ir allá.
Hay un angosto muelle donde se encuentran atados algunos botes medianos. Ahí el oleaje es un poco más fuerte y ofrece un espectáculo de agua multicolor y espuma blanca al acariciar la playa. Pasas el resto del día disfrutando del paisaje, relajándote sobre columpios y hamacas tendidas sobre el mar, jugando con las olas y arrojando el frisbee con tus hijos hasta que una repentina pero suave llovizna obliga a todos a guarecerse bajo una palmera, haciendo la experiencia aún más variada.
Cuando la lluvia cesa, retomas la excursión hasta que se acerca el momento de volver al lugar de embarque. A lo largo del camino de regreso, caminando junto al pequeño bosque, adviertes varios mapaches curiosos que observan pasar a los visitantes.
Está anocheciendo y sientes un poco de incertidumbre ante la posibilidad de que el capitán ya haya partido, pero tras una breve espera durante la que matas el tiempo intercambiando impresiones con la dueña de Pancho, quien te enteras vive en la misma ciudad que ustedes, finalmente aparece el rostro sonriente de Tomates acercándose al punto convenido. Te embarcas con los demás y emprenden el camino de vuelta, no habiendo tenido suficiente con un sólo día en el paraíso.